¿Qué sucedió el 14 de julio de 1910, en Jalisco?

ALBORADA REVOLUCIONARIA

El Círculo Liberal Fénix, grupo secreto organizado por los veinticinco mejores luchadores de 1910, en Guadalajara (mejores en cuanto a su absoluta reserva y su gran decisión), vivió uno de sus días más angustiosos cuando esperaba, en sesión permanente, la orden telegráfica de levantarse en armas: orden que en contraseña especial debería girar el correligionario J. Trinidad Ramírez desde la ciudad de San Luis Potosí.

La sastrería del gran luchador Enrique R. Calleros, en Prisciliano Sánchez 409, permanecía con su puerta cerrada. Aquel recinto había escuchado en diversas ocasiones los más audaces proyectos esbozados por los antirreeleccionistas más resueltos, los más hermosos y viriles conceptos de oradores como Roque Estrada, Juan R. Cárdenas, Ignacio Ramos Praslow, Romualdo Santos Ortega, Enrique Díaz de León y Eduardo J. de la Torre.

Y allí también se escucharon palabras de aliento en la lucha, cuando surgían dudas y temores del porvenir incierto:

Enrique R. Calleros, Pedro Flores Grajeda y J. Jesús Razo, entre tantos otros paladines, levantaban el espíritu de los compañeros cuyo ánimo no decaía ante el peligro, sino ante la incertidumbre.

Desde la víspera (día 13), se esperaba con ansia el telegrama que vendría de San Luis Potosí o de sus cercanías. La madrugada del 14 de julio, Eduardo J. de la Torre salió subrepticiamente de la sastrería y se encaminó a la casa del compañero Daniel Contreras, en la avenida Libertad 386. Llegó a la puerta y dio dos palmadas sobre la madera; dentro, una voz varonil preguntó: “¿Ya es la hora?” Y Eduardo contestó: “Aún no; está próxima el alba”. La puerta ni siquiera se abrió.

Eduardo siguió adelante, encaminándose a la casa del correligionario Fermín Amezcua, en la calle de Hidalgo 879; otras dos palmadas en la puerta; la misma pregunta; la misma contestación. Amanecía. Por el oriente empezaba a advertirse la claridad de la aurora.

Como Eduardo, otros dos compañeros salieron momentos después para realizar distintos recorridos; eran Bruno Apodaca y Apolino Godoy. Pero en la sastrería quedaba la gran mayoría del Círculo.

Cuando a las 7 de la mañana de aquel memorable 14 de julio sonaron las campanas de los relojes públicos, Calleros, sereno ante los valientes del grupo conspirador, informó pausadamente que los siguientes jefes de “brigada” estaban en sus puestos esperando la señal: Lázaro Soria en Teocaltiche, Narciso Chávez en Tonila, J. Félix Barajas en Tepatitlán, Ramón Romero en Ahualulco, Juan D. Álvarez_del Castillo en Tlaquepaque, Julián C. Medina en Hostotipaquillo, Victoriano Mora López en el Mineral de la Yesca, Nayarit, Isidro Michel en Autlán, J. Ventura Toribio en Zacoalco, Donato y Eulalio Graciano en Juanacatlán, Lázaro Luna en Moyahua, Zacatecas, J. Cleofas Mata López en Ahuacatlán, Nayarit, Eugenio Aviña en Colima, Martín Espinoza en Tepic.

Y aquí, en Guadalajara, listos para secundar el movimiento, los hermanos Monraz, los licenciados Celedonio Padilla y Juan R. Cárdenas, el gran luchador Salvador Gómez y el paladín Benjamín Camacho. En total, los diversos contingentes de ciudadanos armados arrojaban, en el momento inicial, un registro no menor de cinco mil hombres.

Tan luego como llegara el telegrama que había de remitir el compañero J. Trinidad Ramírez, todos los socios del Círculo Liberal Fénix se dispersarían violentamente para trasladarse a los lugares que de antemano ya les había señalado Calleros. También se contaba con aquellas dos colosales luchadoras:

Florita Vargas Trejo y María Victoria Ordorica, las más destacadas del Club Femenil Antirreeleccionista Leona Vicario. Transcurrió el día 14. Vino la noche. La ansiedad y la Zozobra habían puesto en tensión los nervios de los hombres del Círculo Liberal Fénix.

Entre tanto, allá en la ciudad de San Luis Potosí el delegado por Jalisco, compañero J. Trinidad Ramírez, al dejar los andenes de la estación del ferrocarril, fue a hospedarse a un hotel humilde, y esperaba que la casualidad le ayudara a cumplir su comisión ya que era del todo punto imposible ponerse al habla con los ilustres presos, pues los CC. Francisco I. Madero y el licenciado Roque Estrada se encontraban rigurosamente incomunicados.

Además, Ramírez ignoraba el domicilio o residencia de la familia Madero. Horas más tarde, una empleada del hotel llevó a las manos del jalisciense Ramírez, un periódico local que, en una de sus páginas, hacía un pequeño comentario del estado de ánimo en que se encontraba la familia Madero, cuya residencia era, en aquel entonces, la casa número siete de la calle del Apartado. Allá encaminó sus pasos el delegado Ramírez…

(Apuntes de Julio García Muñoz/ veterano de la Revolución, escritos en 1944).

Esta historia continuará…

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